Hace unos días me tocó volver a casa o, al menos, la que siento como la mía. Me gusta volver. Siempre me apetece volver.
Lo primero que hice fue, como siempre, ir al frigorífico. Instinto de supervivencia. Y miedo.
Allí miré un ratito un tomate con moho. Daba grima. Había madurado, llevaba unos meses solo y se había pasado de maduro.
Las comparaciones con el ser humano son odiosas. No soy yo muy de comparar, pero es que nos tiramos la vida buscando madurar, rodearnos de gente madura y alardear de ello. Que guay. Somos grandes. Y nos pasamos de grandes.
Siempre estamos buscando ser gente seria que habla cosas serias. Así, nos tomarán en serio. O no. Y luego sentirnos mayores y mirar por encima al resto. Y seguro que así ya somos maduros. Me niego a que sea eso.
Quizás el concepto sea distinto. Quizás la respuesta esté en mejorar en todas y cada una de tus actitudes y aptitudes día a día. Hasta el último de tus días. Ojalá ese espíritu hasta decir adiós.
Respeta. Nadie es más tú, ni tú eres más que nadie. Ni tú opinión es del todo la correcta, ni tienes porque cambiarla de arriba a abajo. Evoluciona pero no cambies. Cambiar es de cobardes. Evolucionar, de valientes. Queda totalmente prohibido volver a la casilla de salida.
También sería conveniente valorar la libertad de expresión como un concepto amplio en el que tienes la opción de callarte la puta boca de vez en cuando. Es literalmente imposible saber y opinar de todo.
Cuantas veces nos ponen la etiqueta de inmaduros por estar alejado de tus problemas con una caña al sol, despreocupados, buscando ese ansiado equilibrio mental en tus amigos y en esas charlas sin sentido, con ese humor sarcástico e irónico pero tan necesario.
Luego está la gente madura que nos ordena, la que nos dice que hay que hablar del B.O.E., de tus Erte, de las brocas del quince y de lo injusta que es la vida. Pásame la lista de conversaciones maduras e inmaduras, que me interesa mucho. Tócate los huevos.
Hablar de inmadurez a mi ya me parece algo inmaduro. Quién coño somos para juzgar. Decidme. Tengo un amigo que le gustan los pokemon y es presidente de tribunal de oposiciones. Y qué. Ole sus huevos.
Yo entendí el concepto cuando vi a mi padre como uno de mis mejores amigos. Empecé a desayunar en la calle y me gustaba tomar café. Incluso a veces me acuesto temprano los viernes, y me siento como el tomate. Pocho y caduco.
Pero no pasa nada. Sigo viendo los Simpsons, haciendo juegos de palabras, jugando al fútbol y comprándome camisetas de mis equipos favoritos. Porque soy inmaduro. Lástima.
El tiempo corre y tienes que aprender y evolucionar. Mira el reloj pero no mucho, que vuela. Y te desequilibra. Mírate por dentro. Piensa en quién quieres ser y a dónde ir. No des lecciones pero escucha los consejos. Échale un vistazo de quién te quieres rodear y a quién escuchar.
Y ojalá no te hagan olvidar de aquella inmadurez del niño que fuiste, guarda su energía, su ilusión, su fuerza, conserva la alegría y respira, porque el paso al frente en tu vida es obligatorio, no opcional.
Recuerda que siempre seguirá oliendo a tierra mojá.